Picasso. La muchacha de los pies descalzos. Musée Picasso,París. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2015. © RMN-Grand Palais / Mathieu Rabeau / Adrien Didierjean

 

 

BIOGRAFÍA
SUS MAESTROS
A CORUÑA 1891–1895
A CORUÑA HOY

 

 



La Coruña que conoció Picasso era una ciudad pujante que estaba experimentando un rápido crecimiento. Con casi 40.000 habitantes, se había convertido en la ciudad más poblada de Galicia. A mediados de siglo se derribaron las murallas que cerraban la ciudad alta (actual ciudad vieja), el núcleo principal de la ciudad, para favorecer la conexión con la Pescadería y el desarrollo de la urbe, y en los ochenta ya se estaba planificando el ensanche. En esa zona nueva, todavía a medio construir, en un piso de alquiler de la calle Payo Gómez, se instaló la familia Ruiz Picasso a su llegada en 1891.

La ciudad alta la ocupaban principalmente edificios religiosos y militares, mientras que en la Pescadería convivían viviendas, fábricas y establecimientos comerciales. Se había despejado el terreno en la plaza de María Pita, aunque su configuración era entonces muy diferente de la actual, con apenas una docena de casas construidas. El ayuntamiento tenía su sede en el antiguo convento de San Agustín, anexo a la iglesia de San Jorge y antes había estado en la calle de la Franja.

El nombre de Pescadería no es casual: corresponde a un estrecho istmo entre mares donde tenía lugar mucha actividad relacionada con la pesca, tanto en el ventoso Orzán como en la Marina, mucho más abrigada.

Las galerías de la Marina ya existían, en casi su totalidad, cuando los Ruiz Picasso llegaron a A Coruña. Instalar galerías en las viviendas era una costumbre que se había extendido en la ciudad desde mediados de siglo, como sucedió en Betanzos, Pontedeume o Ferrol. También en la casa de Payo Gómez las había. A Picasso le quedaron grabadas en la memoria y muchos años después preguntaría por ellas a su amigo, el periodista Olano.

Las calles Real y de San Andrés eran las principales vías de comunicación entre la parte antigua y las salidas de la ciudad. También eran dos importantes calles comerciales que aglutinaban algunos de los cafés más conocidos, como el Suizo, el Café de Puga el Universal o el Café Restaurant, y también los mejores comercios, en los que se ofrecían todo tipo de mercancías novedosas. Allí estaban, entre otros, la Farmacia Villar, Fotografía Sellier, la Papelería de Ferrer, la tienda de música de Canuto Berea o la Librería Regional de Carré Aldao. Entonces era habitual que los pintores locales exhibiesen sus obras en los comercios de la calle Real con la esperanza de venderlas. No lo hacían solo principiantes como el joven Picasso, sino también pintores consagrados como José Ruiz Blasco, padre de Picasso o Román Navarro, ambos profesores en la escuela de Bellas Artes de la ciudad.

Los bulliciosos puestos de mercado se instalaban en las plazas de Lugo, Santa Catalina y San Agustín, ya que todavía no existía un edificio destinado a mercado fijo. Gran parte de los alimentos que se vendían, sobre todo frutas y verduras, procedían del vecino municipio de Oza. También el pescado, procedente de la pesca artesanal de bajura, se obtenía en lugares muy próximos.
Las mercancías se transportaban sobre la cabeza o en carros tirados por animales. La gente se desplazaba a pie o en carruajes de caballos o bueyes. Aunque en otras ciudades existían líneas de tranvías tirados por mulas, aquí aún tardarían unos años en llegar. A Coruña era entonces una ciudad pequeña; su término municipal, que no llegaba a los 8 km2, era el más pequeño de la provincia.

Aún no se había construido el puente del Pasaje, pero había vapores y lanchas que cruzaban la ría hacia Santa Cristina, Santa Cruz y Mera.

Existía servicio de coches hacia algunas localidades próximas. Algunos de ellos, como la carrilana de Santiago, tenían su parada en la zona del Obelisco, por eso abundaban por la zona las fondas y hospedajes. Todavía tardarían algunos años en llegar a la ciudad los tranvías de mulas o los primeros vehículos a motor.

Si se tiene en cuenta que en 1850 la duración estimada del viaje por carretera entre A Coruña y Madrid era de cinco días y medio, se entiende que cualquier mejora en la precaria red de transportes fuese recibida con entusiasmo, pero la realidad es que los desplazamientos seguían siendo largos, penosos y con frecuencia implicaban afrontar peligros.

La actividad del puerto desempeñó un importante papel en el crecimiento de la ciudad. El tráfico de pasajeros y de mercancías era intenso hacia numerosos puntos de la península, Europa, América y Filipinas. La familia Ruiz Picasso viajó desde Málaga en barco, en un viaje que, según cuentan los biógrafos de Picasso, fue tan terrible que decidieron desembarcar en Vigo y continuar por tierra. No es de extrañar que sintiesen miedo: solo un año antes había tenido lugar en Camariñas el naufragio del buque de la marina real británica HMS Serpent, en el que murieron 172 personas. En el jardín de San Carlos se instaló una lápida, que todavía existe, en memoria de los fallecidos.

La conexión por tren con Madrid, inaugurada por los reyes Alfonso XII y María Cristina en 1883, sirvió para reforzar el atractivo del puerto y para favorecer el comercio de los productos locales con la capital. La estación de tren se instaló en A Gaiteira, un lugar bastante apartado del centro para las distancias de la época. Permaneció allí hasta los años sesenta del siglo XX.

Como los edificios tenían poca altura, tres o cuatro plantas como máximo, el Obelisco destacaba, a pesar de que era más bajo que en la actualidad. Ni el Teatro Linares Rivas, en el mismo lugar que después ocuparía el Cine Avenida, ni el Banco Pastor, que en su día iba a ser el edificio más alto de España, habían sido construidos aún.
Sin tráfico, el Cantón era extraordinariamente amplio, ajardinado, con varias filas de árboles y numerosos bancos. Gracias a las aportaciones de personas adineradas y la suscripción popular, se había rellenado una enorme extensión ganada al mar, donde se crearon los jardines de Méndez Núñez. Hasta entonces, el único jardín de la ciudad era el de San Carlos, situado en la ciudad vieja, uno de los rincones preferidos por Picasso, que estaba fascinado por la historia de sir John Moore y su supuesta amante lady Hester Stanhope. Méndez Núñez se convirtió enseguida en un lugar favorito de paseo para los coruñeses. Contaba con alumbrado de gas, sillas de alquiler, un quiosco de música y frecuentemente se podía disfrutar allí de teatrillos y pequeñas actuaciones. Los Ruiz Picasso paseaban con frecuencia por estos nuevos jardines, próximos a su domicilio.

Uno de los lugares más frecuentados por Picasso era, sin duda, la plaza de Pontevedra. No solo porque allí estaba el instituto, sino también porque era un lugar ideal donde jugar con sus compañeros, fuera de la vista de su madre. Era muy espaciosa, había bastantes árboles y estaba abierta hacia el mar. Allí había una fuente y un lavadero público que daban un importante servicio al vecindario.
Salvo contadas excepciones, como la Farmacia Villar, que contaba con un pozo propio, la vivienda de Pérez Costales o el Instituto da Guarda, las casas no tenían agua corriente. Era necesario recogerla a diario con sellas en las fuentes públicas, una pesada tarea de la que se encargaban las mujeres que eran las que realizaban todas las tareas domésticas. Mujeres e incluso niñas trabajaban como lavanderas, criadas y mandaderas a cambio de un salario exiguo y en ocasiones sin más remuneración que la comida.

El agua procedía de las zonas de San Pedro de Visma y de Vioño y se distribuía a las fuentes y lavaderos de la ciudad (incluso lugares tan lejanos como la plaza de Azcárraga) mediante un sistema rudimentario de canalizaciones y sifones. En el paseo de los Puentes, antiguo Campo de Carballo, todavía permanece en pie un acueducto que estaba en uso en esta época. Hasta el siglo XX no habría un sistema moderno de traída de aguas en la ciudad.

Los problemas en el suministro de agua y una higiene deficiente provocaban brotes de tifus y otras enfermedades infecciosas, lo que unido a la mala alimentación y la falta de tratamientos, provocaba que enfermedades como la gripe o trancazo, como se llamaba entonces y aún ahora, o la gastroenteritis, resultasen muy graves e incluso mortales. Indicativo de ello es el llamamiento de un médico lucense en 1893 sobre los cafés como foco de enfermedades, debido a la suciedad de sus letrinas, la poca limpieza de vajilla y cubiertos, el alcohol de mala calidad, el consumo de tabaco y los residuos del gas de la iluminación. El fallecimiento de Conchita, la hermana menor de Picasso, a causa de la difteria fue un acontecimiento traumático para la familia, pero lo cierto es que no tenía nada de excepcional, si se tiene en cuenta que la mortalidad infantil rondaba el 200 por 1000.

La limpieza de las calles dejaba que desear y eran frecuentes las quejas a causa de los malos olores. Se promulgaron bandos municipales que recomendaban esmerar la higiene personal, hervir el agua para beber o verter cal, que suministraba gratuitamente el ayuntamiento, en los retretes. También se ponía a disposición de los ciudadanos la estufa municipal para los casos en que fuese necesario desinfectar la ropa de los enfermos o fallecidos por enfermedades contagiosas.
A Coruña contaba con el Hospital de la Caridad, el primer hospital de la ciudad, fundado por Teresa Herrera en 1794 y con el Hospital Militar del Buen Suceso, actual Hospital Abente y Lago, pero carecía de un sistema de salud pública que la beneficencia suplía en parte. No le faltaba trabajo a la recién creada Cruz Roja, que había dado inicio a su actividad en la urbe en 1864, pocos años después de que las epidemias de cólera y peste la dejaran asolada.

La construcción del Lazareto de Oza (1889), donde guardaban cuarentena los viajeros llegados de países en los que había enfermedades epidémicas, fue un importante avance. Además de ser un servicio para la ciudad, su existencia suponía una ventaja competitiva para el puerto, ya que le permitía recibir buques de mayor número de países.
La designación de A Coruña como capital de provincia en la reorganización administrativa española de 1833 supuso una ventaja más para la ciudad desde el punto de vista empresarial, favoreciendo que muchas empresas instalasen aquí su sede, aunque su actividad principal tuviese lugar en otros puntos de la provincia.

A mediados de siglo se creó un Banco de La Coruña, que estuvo emitiendo moneda hasta que en 1875 se instaló en la ciudad una sucursal del Banco de España y se adjudicó en exclusiva esa función. Indicio de la pujanza económica de la ciudad en esas fechas son la creación del Banco de Crédito Gallego y de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad.

La industria más importante de la ciudad era la Fábrica de Tabacos, situada en A Palloza, entonces una zona rural del extrarradio, que en 1890 daba trabajo a cuatro mil operarias, además de numeroso personal masculino.

Destacaba también la producción de vidrio. La fábrica más importante era La Coruñesa, donde trabajaban más de doscientos obreros. Otras eran La Protegida y La Esperanza Coruñesa. A modo de anécdota, el lugar de Cristales recibe su nombre de una antigua fábrica de vidrio, ya desaparecida.

También era importante la fabricación de tejidos. La Primera Coruñesa, en el Camino Nuevo, actual calle de Juan Flórez, fue la primera del ramo que se estableció en la ciudad en 1874. Daba trabajo a unas doscientas personas, la mayoría de ellas mujeres.

La sombrerería era otra industria destacada en la ciudad desde principios de siglo. En la época, tanto los hombres como las mujeres usaban sombrero. La fábrica de la Estrecha de San Andrés, que tenía una gran producción, llegó a ser muy conocida en España por la calidad de sus sombreros y fue proveedora de la casa real. Perteneció a Pedro Barrié, tío de Barrié de la Maza.

También se producían en la ciudad muchos de los productos de uso diario. Había factorías de producción de gas para el suministro del alumbrado urbano, se elaboraba jabón, harina, pasta para sopa... Eran importantes las fábricas de salazones y conservas, que estaban en las proximidades del muelle de la Palloza.

Había varias destilerías, fábricas de gaseosas y de cerveza, una bebida que aún no era muy popular. La Torre de Hércules y Merckel son algunas de las marcas de cerveza que se producían entonces en A Coruña.

También había varias fábricas de chocolate, un producto que era muy consumido en la ciudad, sobre todo la infusión de cáscara de cacao; era tan popular que a los coruñeses se les denominaba, de manera informal y con intención algo despectiva, cascarilleiros. Probablemente el precio de la cascarilla, inferior al del café y el chocolate, sería una de las razones de su éxito.
Los ayuntamientos, y el de A Coruña no era una excepción, carecían de ingresos suficientes, que en la práctica se limitaban a cuotas sobre los consumos. En consecuencia, los servicios que prestaban eran escasos y precarios y los salarios de los empleados municipales, muy bajos.

Los servicios que requerían una infraestructura costosa, como la electricidad, el gas o el transporte, solían ser explotados por concesiones privadas. Los ayuntamientos asumían directamente solo los servicios más básicos, como limpieza, cementerios o mercados. Los ingresos generados por los teatros, que eran propiedad municipal, se destinaban a la beneficencia.

La construcción de algunos edificios y monumentos se costeaba gracias a benefactores o mediante suscripción popular. Así se levantaron el Teatro Principal y parte de los jardines de Méndez Núñez y el Obelisco. Eusebio da Guarda sufragó la construcción de la capilla de San Andrés, el instituto, las escuelas y el mercado de la plaza de Lugo. El padre de Picasso contribuyó con la donación de una peseta a que se levantase el monumento a Daniel Carballo, en el relleno.

Durante los años coruñeses de Picasso, los alcaldes fueron Antonio Pérez Dávila, José Soto, José Marchesi Dalmau, Enrique Fernández Herce y Carlos Martínez Esparís. Marchesi fue un impulsor del desarrollo urbano y a él se debe la construcción de la plaza de María Pita y la implantación de la red eléctrica en la ciudad.

El alumbrado, tanto público como doméstico, funcionaba con gas, lo que provocaba frecuentes incendios. A finales de siglo comenzó a sustituirse por electricidad. El Teatro Principal, reconstruido precisamente después de un incendio, sería el primer edificio en contar con iluminación eléctrica.

No había teléfono en las viviendas. En 1888 se había instalado la primera centralita manual en la ciudad y desde entonces se instalaron algunas más, todas privadas ya que no existía una red pública de telefonía.

Pese a todo, la ciudad contaba con un cierto número de servicios y comodidades y gozaba de fama como lugar de diversión.
Como en otras ciudades costeras, se construyeron unos establecimientos precursores de los actuales balnearios. En la zona de Riazor estaba la Casa de Baños de Mar Calientes que fue la primera que contó con duchas, algo que entonces no era demasiado habitual. En Rubine, cerca de la casa de los Ruiz Picasso, estaban también La Salud y La Primitiva. Mientras que algunos de los baños eran modestos, otros eran establecimientos lujosos y confortables que ofrecían todo tipo de servicios, como consulta médica gratuita, tratamientos balnearios, gimnasio, sala de esgrima, salón de lectura o salón de piano. Cabe suponer que el Balneario de la Beneficencia Municipal (1874) no contaría con tantas comodidades.

El Balneario de Arteixo era un lugar de descanso muy apreciado. La costumbre del veraneo estaba empezando a extenderse entre las clases pudientes. Las personas que se lo podían permitir acostumbraban a acudir allí.
Entonces el baño se consideraba más una actividad curativa que de ocio y eran muchas las personas que acudían a la playa por consejo médico. Otros iban a la playa a pasear, vestidos.

La playa preferida de los coruñeses era Riazor: era resguardada, la arena era fina y limpia y había casetas para cambiarse de ropa. El uso de las casetas era obligatorio, no estaba permitido desnudarse al aire libre. Riazor contaba con buenos servicios: había fondas, lanchas salvavidas y maromas que se adentraban en el mar para que los bañistas se asegurasen agarrándose a ellas.

También la hoy desaparecida playa del Parrote, en el lugar que hoy ocupa La Solana, era una playa abrigada y apreciada, pero allí solo estaba permitido que se bañasen las mujeres. Quienes preferían aguas más agitadas, acudían a la Berberiana, más conocida en la actualidad como playa del Matadero, Os Pelamios o San Amaro.

A Ruiz Blasco, el padre de Picasso, le gustó el mar de A Coruña desde su primera visita a la ciudad. Su hijo Pablo, aunque nunca aprendió a nadar, disfrutaba jugando con las olas. Pintó el mar del Orzán y de As Lapas en varias ocasiones. Atrajeron su atención unas mujeres que se bañaban vestidas con una especie de enaguas y las dibujó, anotando al lado «así se bañan las de Betanzos». Esta era una costumbre de las mujeres procedentes de las aldeas del interior, que solían pasar unos días en la ciudad en pequeños grupos para tomar las olas, con intención de descansar y mejorar su salud. A estas bañistas se les llamaba catalinas. En el paseo Marítimo se ha levantado una escultura en su memoria.
Un entretenimiento habitual eran los paseos por los jardines de Méndez Núñez, que fueron los primeros jardines de la Pescadería, en una zona ganada al mar. Hasta entonces solo existía el jardín de San Carlos, en la ciudad alta. La obra se realizó gracias a la suscripción popular y las aportaciones de personas adineradas. Los jardines se convirtieron enseguida en un lugar favorito de paseo. Había sillas de alquiler, un quiosco de música, contaba con alumbrado de gas y frecuentemente había teatrillos y pequeñas actuaciones.

Los toros eran otro espectáculo en auge, impulsados por el alcalde Juan Flórez, que veía en las corridas un atractivo turístico. En A Coruña acababa de construirse una gran plaza de toros, ya que la anterior de madera había sido destruida por un incendio, con capacidad para unos diez mil espectadores. Estaba en la actual plaza de San Pablo y se mantuvo en pie hasta los años sesenta del siglo XX. Al igual que otros muchos coruñeses, los Ruiz Picasso asistieron a algún festejo a la plaza de toros, como habían hecho antes en Málaga. A Picasso le gustaba jugar a los toros y enseñar a sus compañeros de clase a dar pases. Los toros fueron un tema recurrente a lo largo de toda su obra. Su primer óleo, hecho en Málaga, es de un picador.

Ya entonces se celebraban las fiestas de María Pita y del Rosario. Otras fiestas populares con gran arraigo eran la romería de Santa Margarita y los carnavales. En carnavales, las sociedades recreativas organizaban bailes de máscaras y el entierro de la sardina, que solía correr a cargo del Circo de Artesanos.

Las sociedades recreativas ofrecían múltiples actividades culturales y de ocio. Tenían salón de lectura, sala de juegos, organizaban exposiciones, conferencias, veladas literarias, conciertos, bailes y representaciones dramáticas, algunas tenían biblioteca e incluso editaban revistas. Estas sociedades eran muy numerosas: Reunión Recreativa e Instructiva de Artesanos, Tertulia de La Confianza, Sporting Club Casino Coruñés, Círculo de Gimnasia y Esgrima, Sociedad Bretón de los Herreros, Liceo Artístico, Liceo Brigantino… Algunas de ellas continúan existiendo en la actualidad.

A Coruña gozaba de una fama como ciudad de diversión por la cantidad y calidad de sus espectáculos. Eran frecuentes las representaciones de teatro, zarzuela y ópera, pero además había cafés cantantes, circos ambulantes y barracones de espectáculos.

En la ciudad existían dos grandes recintos, muy próximos entre sí: el Teatro Principal, actual Teatro Rosalía de Castro, y el desaparecido Circo Coruñés, en la Marina. En el primero, que contaba incluso con orquesta propia, tenían lugar conciertos, representaciones teatrales y bailes, mientras que el segundo estaba destinado a espectáculos circenses y de variedades.

La madre de Picasso era aficionada a la lectura y al teatro. La familia acudía al teatro, pues el artista malagueño le dijo a Olano que no se perdían ni una obra de José Echegaray, y se representaron varias de este autor durante su estancia en la ciudad.
Todos estos entretenimientos quedaban fuera del alcance de muchos, que carecían por completo de estudios o de medios económicos suficientes. Aunque la ley Moyano (1857) había establecido la obligatoriedad de la enseñanza primaria, de los 6 a los 9 años, lo cierto es que, en la generación de Picasso, alrededor del 50 % de los hombres y del 72 % de las mujeres mayores de 10 años eran analfabetos. En A Coruña, solo dos niñas compartieron aula con él.

En la época de Picasso existía en A Coruña una decena de escuelas municipales de primaria. El instituto acababa de entrar en funcionamiento; era un centro nuevo y bien dotado, con una biblioteca de más de dos mil volúmenes y colecciones de especímenes e instrumental para el estudio de materias como Física, Química o Historia natural. Parece que Picasso no aprovechó mucho estas facilidades; fue un mal estudiante que prefería entretenerse dibujando caricaturas y mirar el mar desde las ventanas. Estuvo matriculado en el instituto en su primer año en A Coruña, luego pasó a la Escuela de Bellas Artes, que estaba en otra planta del mismo edificio.

También funcionaba ya un colegio privado, laico, que alcanzaría gran prestigio: el Colegio Dequidt, fundado por un francés asentado en la ciudad, Luis Dequidt, cónsul de Francia. El colegio estaba entonces en la calle Real y luego se trasladaría al Camino Nuevo.

Las muchachas pobres tenían que conformarse con asistir a la escuela dominical, fundada por Juana de Vega en la Casa del Consulado. Allí, mujeres voluntarias enseñaban gratuitamente a leer, escribir y contar y doctrina cristiana a niñas y jóvenes que trabajaban como jornaleras o se dedicaban al servicio doméstico. En este sentido, la familia de Picasso era privilegiada.

Aunque su situación económica no era boyante, percibían al menos unos ingresos fijos y tenían acceso a la cultura. En su casa se recibía Nuevo Teatro Crítico, la revista escrita y publicada por doña Emilia Pardo Bazán que el joven Pablo leía con admiración.

En la ciudad se editaban numerosos periódicos y revistas. Además de La Voz de Galicia, fundada en 1882 existían otras cabeceras, como El Diario de Galicia, El Anunciador, La Mañana, El Telegrama, Revista Gallega, El Criterio: Revista de Instrucción Pública de Galicia o El Eco Musical: Semanario de Literatura y Bellas Artes.