La Coruña que conoció Picasso era una ciudad pujante que estaba experimentando un rápido crecimiento. Con casi 40.000 habitantes, se había convertido en la ciudad más poblada de Galicia. A mediados de siglo se derribaron las murallas que cerraban la ciudad alta (actual ciudad vieja), el núcleo principal de la ciudad, para favorecer la conexión con la Pescadería y el desarrollo de la urbe, y en los ochenta ya se estaba planificando el ensanche. En esa zona nueva, todavía a medio construir, en un piso de alquiler de la calle Payo Gómez, se instaló la familia Ruiz Picasso a su llegada en 1891.
La ciudad alta la ocupaban principalmente edificios religiosos y militares, mientras que en la Pescadería convivían viviendas, fábricas y establecimientos comerciales. Se había despejado el terreno en la plaza de María Pita, aunque su configuración era entonces muy diferente de la actual, con apenas una docena de casas construidas. El ayuntamiento tenía su sede en el antiguo convento de San Agustín, anexo a la iglesia de San Jorge y antes había estado en la calle de la Franja.
El nombre de Pescadería no es casual: corresponde a un estrecho istmo entre mares donde tenía lugar mucha actividad relacionada con la pesca, tanto en el ventoso Orzán como en la Marina, mucho más abrigada.
Las galerías de la Marina ya existían, en casi su totalidad, cuando los Ruiz Picasso llegaron a A Coruña. Instalar galerías en las viviendas era una costumbre que se había extendido en la ciudad desde mediados de siglo, como sucedió en Betanzos, Pontedeume o Ferrol. También en la casa de Payo Gómez las había. A Picasso le quedaron grabadas en la memoria y muchos años después preguntaría por ellas a su amigo, el periodista Olano.
Las calles Real y de San Andrés eran las principales vías de comunicación entre la parte antigua y las salidas de la ciudad. También eran dos importantes calles comerciales que aglutinaban algunos de los cafés más conocidos, como el Suizo, el Café de Puga el Universal o el Café Restaurant, y también los mejores comercios, en los que se ofrecían todo tipo de mercancías novedosas. Allí estaban, entre otros, la Farmacia Villar, Fotografía Sellier, la Papelería de Ferrer, la tienda de música de Canuto Berea o la Librería Regional de Carré Aldao. Entonces era habitual que los pintores locales exhibiesen sus obras en los comercios de la calle Real con la esperanza de venderlas. No lo hacían solo principiantes como el joven Picasso, sino también pintores consagrados como José Ruiz Blasco, padre de Picasso o Román Navarro, ambos profesores en la escuela de Bellas Artes de la ciudad.
Los bulliciosos puestos de mercado se instalaban en las plazas de Lugo, Santa Catalina y San Agustín, ya que todavía no existía un edificio destinado a mercado fijo. Gran parte de los alimentos que se vendían, sobre todo frutas y verduras, procedían del vecino municipio de Oza. También el pescado, procedente de la pesca artesanal de bajura, se obtenía en lugares muy próximos.